En octubre de 1938, a los 10 años y medio de edad, el niño Felisín fue internado en un colegio de frailes de la ciudad de Vitoria. Pasó del calor al frío en un instante. De la libertad total que había disfrutado en su pueblo hasta ese día, a la disciplina de un internado de curas en un momento de desolación, en plena guerra.

(Extracto nº 8 del libro de Benigno Varillas «Magdalenia, los últimos de la estirpe de los Libres», cuya primera edición ha sido publicada el 14 de marzo de 2025):

«Los niños se agrupan desconcertados. Los frailes les van colocando bruscamente en las filas. El cura se pasea entre las filas elevando o estirando bien el brazo de los niños para que sepan que durante el himno es obligatorio mantenerlo bien recto.

––Ahora vamos a cantar el himno de la Falange. Los nuevos que no lo conozcan que lo aprendan rápido: “Cara al Sol con la camisa nueeeva, que túuu bordaste en rojo ayer…….” Los niños caminan en fila por un interminable y frío pasillo de techos muy altos, hasta la capilla. Allí rezan de rodillas en bancos de madera.

––“Santa María, Madre de Dios, ruega por nos…”.

El plan de estudios de 1938 reflejaba el catolicismo integrista que imperaría en la escuela española en el franquismo.

El cura entra en el dormitorio rasgando el viento con su sotana negra. Grita a los niños desde la puerta.

––Guarden silencio. No me hagan tener que volver o les tendré que castigar si no cumplen las reglas. 

Su voz autoritaria ahoga de inmediato el murmullo.

––Voy a apagar la luz y a partir de ese instante queda prohibido no solo hablar sino levantarse de la cama sin justificación. Estaré en el pasillo vigilando. El que infrinja las normas será castigado.

El dormitorio se queda a oscuras, iluminado por una tenue luz que entra por la ventana. Fel mira al techo, con lágrimas en los ojos. Se las limpia con la manga del pijama. Vuelve a quedarse mirando el cielo raso con los ojos abiertos. 

De pronto empieza a ver formas y siluetas en las grietas y al cabo de un rato las sombras del techo empiezan a moverse. Ve en ellas un rostro. En la penumbra ve surgir una cara. 

Es el rostro de Nora, su tata. Con voz entrecortada, de ultratumba, Fel balbucea.

––Tata. Dame el beso de buenas noches y sigue contándome el cuento, por favor, que te necesito.

La cara de Nora empieza a unirse a más grietas hasta que el espectro sale de la pared y siente que le da el deseado beso.

––¿Creías que te iba a abandonar? pues no. 

––Tata, ¿eres tú de verdad?

––Aquí estoy; sin embargo pronto tendrás que ser tú el que tenga que hacer un esfuerzo de memoria para recordar y veas y vivas este relato. Por cierto, ¿por dónde íbamos? 

––Dejamos el cuento en que la lobita se quedó sola y aullaba bajo la luz de la luna, dice Fel.

––Completamente sola, como tú lo estás ahora. Pero ella sí que está abandonada, tras ser envenenadas su madre y sus dos hermanas por los ganaderos que exterminan a los lobos. 

––Sigue contándome el Cuento de Lobos, por favor.

––La lobita dejó de aullar y empezó a bajar por la senda del arrollo que conduce al fondo del valle. Iba a paso lobero, ingrávida, como solo saben correr los cánidos salvajes.

(Audio:  Introducción a este capítulo, relatada por Benigno Varillas en una conferencia sobre el «Cuento de Lobos» que dio en Araúzo de Miel, Burgos, el 14 de marzo de 2024).

“Bajaba Sibila por el más hermoso de los senderos del Páramo. Bajaba Sibila con el rabo enhiesto, con el pelo ya de invierno. Empezaba a ser loba”. 

“Había cambiado los dientes. Aquellos dientecillos punzantes como alfileres habían sido sustituidos por la más bella y fuerte dentición de todos los animales. Dientes de color de marfil, de contextura de acero. Caninos que podían destrozar de un solo mordisco el cuello de una cierva o de un corzo. Colmillos que podrían defender a los suyos y procurarles comida”. 

“Bajaba Sibila sintiendo el placer de correr como corren los animales salvajes, de tocar cada centímetro de terreno con sensualidad, de mover sus miembros como en el ritmo asombroso de una música escrita por el propio padre de la vida”. 

“La pata derecha delantera tocó en el polvo del sendero, y el sendero, de pronto, se transformó en un monstruo de hierro y de muerte”. 

“Las mandíbulas de un cepo lobero, erizadas de dientes, movidas por el resorte del odio se cerraron sobre el tercio inferior de la pata delantera de la loba”.

“¡Adiós a las galopadas, detrás de las liebres! Se acabaron los viajes al Páramo. Se acabaron los saltos, las danzas. Se acabó la libertad”.

“Sibila, desesperada, con la fuerza con que puede hacerlo un animal salvaje, dio saltos y más saltos en todas direcciones. El cepo, pesado, punzante, estaba sujeto a una cadena y ésta a una piedra que rodaba con la loba ladera abajo, le golpeaba el cuerpo y la envolvía”. 

“Empezaba a clarear y, tras olfatear en el aire a los ganaderos y oír sus voces en la lejanía, presa de pánico, empezó a roer el cepo de hierro. Su dentadura marfileña de afilados colmillos y muelas carniceras, capaces de partir el cuello  de un corzo y de una cierva, se descascarillaron al roer el vil metal. Los colmillos de Sibila, despuntados. Las bellas muelas carniceras, desportilladas. Los belfos, sangrando a borbotones. La nariz sensitiva, de charol, caliente y cubierta de hierro. Los sentidos embotados. Los ojos, inyectados en sangre. El cuerpo, deshecho.” 

“Sibila mordía el hierro y, como por casualidad, uno de sus caninos se clavó en su mano derecha ensangrentada, y después el otro, y de pronto, desesperadamente, como si estuviera matando a un enemigo, rompió tendones, uñas, piel, quebró huesos”. 

“Las mandíbulas del cepo seguían agarradas más arriba. Se destrozó las encías y, en un postrero esfuerzo, cuando el sol asomaba ya por el otero, dio un salto y quedó libre”. 

––Pero, Tata, la loba se va a quedar coja, dice Fel con los ojos cerrados, como considerando que lo que acaba de oír es un fallo en la historia, como sugiriendo a la narradora que tras esa dramática escena rebobine y quite esa desgracia.

Implora, pidiendo cambie el curso de la historia, negándose a aceptar que eso le pueda pasar a su loba. Sabiendo que es potestad del que transmite la información recrear lo sucedido sugiere anular lo que no proceda contar, o incluso inventarse lo que sea para evitar la consecuencia del horror sufrido, anular lo ocurrido haciéndolo salir del relato. Pero la voz de la tata no le responde. Abre los ojos y no ve espectro alguno a su lado. Las formas y siluetas en las grietas del techo ya no se mueven. No ve en ellas ningún rostro. En la penumbra no surge ninguna cara. El rostro de Nora se ha esfumado. No hay opción, a no aceptar la realidad.

Mirando las sombras del techo sus ojos empiezan a parpadear. Agotado de tanta desgracia que castiga a la pobre loba, el niño cae rendido, se le cierran los ojos, y se duerme.

 En la profundidad del sueño, en su cabeza, en su cerebro, una voz, que no es la de su tata, resuena.

“Una loba, en tres patas. Corriendo, llena de barro, de sangre, de terror. La última loba del Páramo, en tres patas. Dejando un reguero de sangre roja, de vida, de la última sangre de los lobos. Por la ladera arriba”. 

“¿A dónde va la loba, la desdichada, la última loba? Por la ladera arriba. Hacia el viejo roble, donde pasó su infancia”

“Subió a refugiarse entre las raíces del gran roble. Allí apoyó el muñón contra la arena para cortar la hemorragia”. 

“Había perdido mucha sangre. Su cuerpo quedó inmóvil. La loba, la última loba del Páramo, estaba a las mismas puertas de la muerte”.

(Continuará)


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Benigno Varillas, autor del libro «Magdalenia»  y de este Blog/PodCast, nació en Asturias en 1953, fue uno de los periodistas de la redacción que inició el diario «El País» en 1976. Fundó y editó con Teresa Vicetto las revistas «El Cárabo» y «Quercus» en 1981, así como, entre otras iniciativas, la ONG «Greenpeace–España» con Remí Parmentier, el oceanógrafo Xavier Pastor y el escritor gallego Manuel Rivas, en 1984. Sus inicios fueron en el «Club de Defensa de la Naturaleza de Gijón», que fundó en 1971 con Alfredo Noval, Ernesto Junco, Miguel Ángel García–Dory, Roberto Hartasánchez y Luis del Valle.

Blog del podcast ‘Cuento de Lobos’

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