(Extracto nº 22 del libro de Benigno Varillas «Magdalenia, los últimos de la estirpe de los Libres», cuya primera edición ha sido publicada el 14 de marzo de 2025) Páginas 229–230:

“Vino la noche y se perdieron lejos las esquilas y los cencerros del rebaño. Vino la noche y dejaron de oírse los cantos de las alondras y dominó en el Páramo la llamada dulce y triste del mochuelo. Vino la noche y, de pronto, lejos, en el otro cabo de la meseta, resonó un poderoso aullido, un aullido que ponía de punta los pelos de todos los perros del Páramo: el aullido de Can, que rodaba por la llanura”. 

“Aquel lobo venía con el viento en los belfos, aquel lobo venía oliendo la brisa cargada con el olor que Sibila había depositado en el ambiente para turbar a Leal y poner el amor en el corazón del mastín. Aquellos efluvios, aquel mensaje de pasión, aquella promesa de placer que no sirvió para alterar los designios matadores del hombre, habían servido sin embargo, para llegar, diez kilómetros viento abajo, hasta la mente del lobo solitario que venía bebiéndose los vientos. Subía el lobo con el olor del amor en el belfo palpitante. Sabía que al otro lado le esperaba la loba del Páramo”. 

El gran macho, de pelo cano, olisquea el cuerpo yacente de la loba y empieza a lamerle las heridas. La loba entreabre ligeramente los ojos. Duda por un instante, si está viva o es que traspasó el umbral de la muerte y ha entrado en el paraíso lobuno. Aquel enorme ejemplar de su misma estirpe de los libres se asemeja a un dios. Su salvador. El que la ha devuelto a la vida cuando había perdido la esperanza de tener algún día a su lado, de nuevo, a uno de los suyos.

El gran lobo cazó para ella y con la carne que le regurgitó, Sibila recuperó las fuerzas para ponerse en pie. Arrastrándose, muy lentamente, logró seguir sus pasos cuando el lobo cano, que surgió en su vida como caído del cielo, se encaminó a sus cazaderos, más al norte del Páramo, ya en las estribaciones de la cordillera Cantábrica. 

Fel les observa con sus prismáticos. Ve cómo desaparecen en el horizonte. Rastrea sus huellas, que le llevan a un promontorio situado lejos, muy lejos, en el extremo opuesto del Páramo. Ve desde lo alto de la roca cómo el macho se cuela y sale repetidas veces por la entrada de una cueva, oculta por la vegetación, gimiendo a la loba, indicándola que le siga. Ve cómo, finalmente, ella pierde el miedo y entra.

Los lobos atraviesan un estrecho y tortuoso pasillo y acceden a una enorme y tenue sala, apenas iluminada por la débil luz de una rendija. En la penumbra la loba olisquea el heno seco del suelo. Agotada se deja caer sobre aquel lecho.

Desde otra rendija de la bóveda Fel logra ver a la loba. También observa cómo el macho abandona la cueva y desaparece en la espesura que la rodea. 

De pronto, un rayo de sol entra por una chimenea de la caverna e ilumina la pared. Ante los ojos de la loba emerge de la oscuridad una pintura rupestre, un asombroso panel, más hermoso que los de las cuevas de Altamira y de Chauvet juntos. Y, en el centro del mismo, una imagen nunca vista. “Porque amigos míos” –diría más tarde Fel al describir el día que tuvo esta revelación– “en las pinturas de la caverna, donde había bisontes, donde había ciervos, caballos salvajes, jabalíes, mezclados, superpuestos, como las estrellas de una constelación, como las constelaciones de una galaxia, como la historia misma de un planeta pequeño, perdido en el otro cabo del Universo, estaba una imagen que los lobos habían llevado grabada en lo más profundo de su mente, desde el principio de los tiempos”. 

El perro es la prueba del Pacto de la Alianza con el lobo que mantuvieron durante miles de años los españoles, libres salvajes y superdotados, que pintaron el arte rupestre de Altamira .

“La imagen de un hombre, de un recolector–cazador poderoso, de un hombre tocado con una piel de bisonte, de un chamán paleolítico, adornado con una cornamenta de bisonte, de un hombre que llevaba un bastón de mando en la mano, un hueso delicadamente esculpido, de un hombre que estaba ofreciendo, tendiendo, amorosamente, con la mano izquierda ¡un trozo de carne, a un lobo!” 

“Se quedó la loba mirando con todo detenimiento aquella imagen, porque aquella imagen, amigos míos, representaba ni más ni menos que el pacto, el pacto viejo, que un día, los dos más poderosos superdepredadores del Holártico, habían establecido, nadie sabrá nunca dónde”. 

“Porque, mucho antes de que el hombre inventara el pastoreo, mucho antes de que el hombre se transformara en dueño de la carne, mucho antes de que el hombre se degradara, agachando la columna vertebral con el peso de la azada en la mano o de la hoz de sílex para segar el trigo, el hombre había sido libre, y recolector–cazador.” 

“El hombre sólo compartía aquel mundo de herbívoros salvajes con otro poderoso super–depredador que también se movía por aquellos mundos en hordas de quince a veinte individuos: el lobo”. 

“Había descubierto que lo que a él le faltaba de olfato, que lo que a él le faltaba de velocidad y de resistencia en las piernas y en los pulmones, le sobraba al lobo. Y un día, empezó a hacerse amigo del lobo”. 

«El momento cumbre del ‘Cuento de Lobos’:
El hallazgo de la imagen del Pacto de la Alianza con el lobo de los españoles libre y salvajes«

(Audios: Arriba: El Cano salva a Sibila». Abajo: «La caverna del Pacto». Extractos del relato de Félix R. de la Fuente en su programa de Radio Nacional de España: «Cuento de Lobos» – Fecha de emisión: 05.02.1976) http://www.rtve.es/alacarta/audios/la-aventura-de-la-vida/aventura-vida-cuento-lobos/1617637/# 

Nora agita el hombro de Fel que se mueve en la cama hablando en sueños. A la tercera sacudida, abre los ojos.

––Estaba soñando, dice Fel.

––O recordando, nunca se sabe con los sueños. La fantasía y la realidad son una misma cosa en ellos. He venido a ver qué tal te encuentras y a que me cuentes cómo te ha ido en tu excursión por el Páramo en busca de Sibila. Como no contestabas a mis llamadas, he subido a ver si te había pasado algo. Has estado dos días fuera y debías estar agotado de tanto andar porque estabas profundamente dormido.

––Vi cómo un mastín con mezcla de alano atacaba a la loba Sibila y la dejaba medio muerta.

––Por desgracia, es lo que ha ocurrido.

––Y a un lobo llevarla a una cueva a recuperarse.

––¡Pero Fel! ¿Diste con la cueva del Pacto?, dice Nora. 

––¿Qué pacto?, pregunta Fel, restregándose los ojos con las manos, aún adormilado y soñoliento. 

––El de la Alianza que el hombre paleolítico y el lobo sellaron en la noche de los tiempos.

––Pero si el lobo es el mayor enemigo del hombre.

––Así lo consideran los humanos sedentarios domesticados, sí, pero no los nómadas cazadores primigenios, para quienes era su mejor aliado y de ahí que ahora tengamos al perro y se le considere el mejor amigo del hombre.

(…)

(Continuará)


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Benigno Varillas, autor del libro «Magdalenia»  y de este Blog/PodCast, nació en Asturias en 1953, fue uno de los periodistas de la redacción que inició el diario «El País» en 1976. Fundó y editó con Teresa Vicetto las revistas «El Cárabo» y «Quercus» en 1981, así como, entre otras iniciativas, la ONG «Greenpeace–España» con Remí Parmentier, el oceanógrafo Xavier Pastor y el escritor Manuel Rivas, en 1984. Sus inicios fueron en el «Club de Defensa de la Naturaleza de Gijón», que fundó en 1971 con Roberto Hartasánchez, Alfredo Noval, Ernesto Junco, Miguel Ángel García–Dory y Luis del Valle.

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