(Extracto nº 3 del libro de Benigno Varillas «Magdalenia, los últimos de la estirpe de los Libres», publicado el 14 de marzo de 2025)

CAPITULO 3

«(…)

Fel está expectante ante la llegada de la tata. Metido en la cama agarra con ambas manitas el embozo de la sábana que le tapa la barbilla. La recibe lleno de curiosidad por lo que le empezó a contar y luego ocurrió por la noche.

––Ayer cuando te fuiste oí todo, todo, todo, lo que pasó. Desde mi ventana se veía poco, pero se oían los gritos y las voces de la gente.

––Si, vaya lío que se formó. Los lobos mataron cien reses.

––Yo creí al levantarme que había sido un sueño, pero luego al oír a los mayores vi que había ocurrido de verdad.

––Te prometí, que aunque yo me fuera, el relato seguiría.

––¿Lo que ocurrió en el pueblo es entonces también parte del cuento?

––Por supuesto, y una parte muy importante.

––¿Vas a seguir contándomelo?

––Claro, cielo. Es largo, por no decir eterno. Va a ser una experiencia que te descubrirá lo que nadie recuerda ya.

––Pues empieza, que quiero oírlo entero…

––La loba logró salvar a las tres cachorras, trasladándolas a una guarida que tenía excavada desde hacía años bajo las raíces de un roble lejano. 

Las cambió de sitio, lejos del alimañero, agarrándolas una a una por el cuello con sus fauces. 

Fel pone cara de horror al imaginarse la escena.

––No temas, hombre, que no les hizo daño. 

––¿Pero no se les clavaban los colmillos?

––Con toda la delicadeza de una madre las llevó colgadas de la piel del cuello. Agarrándolas así. 

Nora muerde con su boca el cuello del niño, emitiendo un pequeño rugido y le suelta.

––Me haces cosquillas, dice encogido de placer y de canguele.

––¿Ves como no hace daño?

––Me gusta, aunque da escalofríos.

––La loba corrió, corrió y corrió. 

––¿Iba con la lobita agarrada por el cuello?

––Sí. Trepaba la montaña con su cachorrita en la boca. Oyó ladridos. La depositó en el suelo y se asomó al otero. 

Avistó a su compañero en la ladera de enfrente. Vio cómo huía, perseguido por una jauría de perros y de cazadores. Saltaba de una piedra a otra para alejar el peligro de su cubil cuando sonó un disparo. El padre de los lobitos rodó herido de muerte por el canchal. 

––Como el padre de las tres niñas en mi sueño.

––Igual, cariño, igual. La loba no necesitó ver más. Agarró de nuevo a la cría que acarreaba cogida con sus dientes por el cuello y echó monte arriba hasta llegar a otra guarida. No tenía un arroyo cerca, pero era recóndita.

Logró transportar luego, de la misma manera, a otras dos crías más, a la máxima velocidad que pudo, pero cuando volvió a la guarida a por los dos lobitos que aún le faltaban por recoger, se quedó horrorizada. ¡Se los habían quitado! Se los había llevado el alimañero.

––¿Y qué les ocurrió a los dos cachorritos?

––Fueron paseados por los pueblos a lomos de un borrico. A los dos desgraciados se les exhibía vivos por las aldeas, enjaulados en un cesto de mimbre a lomos de un asno mientras los niños les tiraban piedras.

Audio: El Paseillo; relatado por Félix R. de la Fuente. Extracto de su programa en Radio Nacional de España: «Cuento de Lobos» – Fecha de emisión: 05.02.1976) http://www.rtve.es/alacarta/audios/la-aventura-de-la-vida/aventura-vida-cuento-lobos/1617637/# 

––¿Por qué? ¿Por qué les tiraban piedras los niños?

––En este cuento con los neolíticos no hay porqués. La gente actúa así, sin más, desde que domesticó y tiene ganado, desde que empezó el Neolítico, hace 9.000 años.

––Cuéntame qué pasó. 

––“Se mostraba los lobeznos a las gentes que, a cambio de su acción, daban a los alimañeros huevos, frutos, leche, quizá alguna perrilla. Y los lobitos, en aquel traslado de unos a otros pueblos, en aquella peregrinación de pedir algo a cambio de haber librado a la comunidad de los hijos del rayo, del azote, de los presuntos matadores, de los pequeños proscritos, se iban muriendo de hambre; de frío, de sed, en el fondo de aquel cestillo de la muerte. Cuando los lobeznos ya no servían para nada, porque los alimañeros se habían recorrido todos los pueblos y los barrios y las fincas y los corrales para mostrarles y obtener algo a cambio, podían tener una agonía consistente en ser arrastrados por las calles de algún pueblo, atados por una pata, por el cuello, por el rabo; en debatirse al extremo de una cuerda en un simulacro de horca; en ser golpeados y en acabar muriendo de hambre o que les aplastaran la cabeza de una pedrada certera”. 

––Pero, Tata, es muy cruel eso que me dices que les hacen a los lobitos. ¿Cómo puede haber gente tan, tan malísima?

––Y tanto, cariño. Pero aún era peor lo que no te cuento, lo que pasaba hace 7.000 años, y aún menos, cuando junto a los cachorros de los lobos paseaban también a niñitos magdalenienses como tú, que capturaban tras matar a sus padres.

––¿Y por qué eso no me lo cuentas?

––Es cierto que es anómalo que no queramos hablar de ello. Los descendientes de los que hicieron aquellas tropelías ya ni las saben porque, por no saber, no recuerdan ni que hace 10.000 años la humanidad era otra y que sus violentas tribus neolíticas aún no existían, ni el ganado ni los cultivos. El mundo era tranquilo, pacífico y los humanos vivíamos en armonía con nuestro entorno, sin guerrear entre nosotros.

––Yo sí quiero saber más de aquellos niños magdalenienses, Tata.

––Lo curioso es que nosotros mismos lo hayamos borrado del Cuento de Lobos, no sé si porque en la persecución de nuestros aliados, los canes, ya vemos incluida la nuestra o, tal vez, por evitarnos el dolor de recordarlo. El peor censor es el dolor, el no querer rememorar el daño que nos han hecho. Pero no es bueno olvidar lo malo porque no querer recordar permite que se pueda volver a repetir.

––A mí se me encoge la boca del estómago al oírlo, pero quiero saberlo todo, dice Fel soltando sendos lagrimones.

––Y ahora a soñar con los angelitos y no con esta parte del cuento, lamentable y terrorífica, le dice Nora tapándole con la sábana hasta la barbilla y secándole las lágrimas.

––¿No vas a seguir, Tata?

––Me voy corriendo, que se ha hecho muy tarde y tu mamá me riñe si no te duermo antes de las diez y media. 

La tata apaga el candil y sale de la habitación. Fel cierra los ojos, pero no puede conciliar el sueño pensando en esa terrible parte de la historia que le acaba de contar la tata. La imagen de los niños paleolíticos, metidos con los lobeznos en las jaulas, mientras les tiran piedras, no es capaz de quitársela de la cabeza.

(Seguirá)


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Benigno Varillas, autor del libro «Magdalenia»  y de este Blog/PodCast, nació en Asturias en 1953, fue uno de los periodistas de la redacción que inició el diario «El País» en 1976. Fundó y editó con Teresa Vicetto las revistas «El Cárabo» y «Quercus» en 1981, así como, entre otras iniciativas, la ONG «Greenpeace–España» con Remí Parmentier, el oceanógrafo Xavier Pastor y el escritor gallego Manuel Rivas, en 1984. Sus inicios fueron en el «Club de Defensa de la Naturaleza de Gijón», que fundó en 1971 con Roberto Hartasánchez, Alfredo Noval, Miguel Ángel García–Dory, Ernesto Junco y Luis del Valle.

Podcast del Cuento de Lobos

El mensaje de Félix Rodríguez de la Fuente:

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